La Ruta

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Ecuador en Familia Viajera


Después de incontables km y varios meses balconeando el océano pacifico sobre suaves ondulaciones del terreno, que nos acunaban desde el sur de Perú, cambiamos nuestro norte hacia la cordillera nuevamente y dejamos Puerto Cayo en la representación de esa zona de confort que nos mimo durante mas de un mes… plenos de emociones lindas y maravillados de la cotidianidad de privilegios, en  el esperado estreno de un viaje de familia numerosa.



El calor nos acompaño varios días en ese transitar ascendente de rutas en contoneantes curvas, y los verdes fueron alcanzando alturas imponentes. Siempre la vegetación nos sorprende en esa repetida novedad que atrapa los sentidos, empezaron a dominar la escena unos árboles  con piel de elefante, parecidos a gigantes palos borrachos que propusieron muchas horas de pedaleo encontrando formas en su textura, y luego las plantaciones de arroz otra vez, con maquinarias de trabajo mas diversas y siempre en ese verdor fosforescente que brilla sobre el colchón de agua donde posa sus raíces, el arroz que desde hace meses participa en todos los platos de los pueblos que recorrimos como integrante imprescindible, como si oriente hubiese extendido sus costumbres a este lado
Conocimos una plantación de pitahaya, con sus formas similares a nada, que luego se sucedió en muchas mas… en algún otro  momento nos dejamos conducir por el olor hasta una piladora de maní y observamos el proceso de tostado y elaboración de esa pasta riquísima que recubre nuestros panes en cada desayuno y así andamos, dando “play”a cada rato sin que eso pase  desapercibido, haciéndolo consciente… empezamos la ruta cada día en la total novedad de los paisajes siguientes, en la plena alegría de la tácita aventura






Salimos en quinteto gozando la multiplicación de euforias a vivir en movimiento y sin  quitar lo mágico de iniciar el camino cada día, sedientos de recomenzar la aventura, empapándonos de humanidad
Llegamos a La Crespa en una trepada que nos dejo sin aliento en uso completo de piernas y brazos para empujar la cleta hacia ese final lejano de la rampa, pasamos luego por Quiñones  y toda esa comunidad movilizada para hospedarnos nos remarco el regalo de transitar esta Sudamérica tan humana, en Zapallo nos acercaron un banquete de comida en un parador de descanso, en Sandia  compartimos la siesta pelando choclos con las mamitas del lugar y se siguieron sucediendo los poblados con nombres comestibles (Papaya, Maicito; Papayita, etc) enredados en los juegos y las risas maquillados de la impresionante vegetación tan cambiante de cualquier curva.




En Santo Domingo nuestra familia se separo por un rato, en la plena aceptación de que así fluyen los momentos, y volvimos a ser tres hasta Quito quizás… y la pucha que se sintió la ausencia de Cande y Mojarra en cada kilómetro, pero nunca nos dejaron claro, ya 3 no es multitud
Introspectivos pedaleamos hasta la puerta de esa inclinación insolente de la ruta que nos convenció a pedir ayuda y zas!! El aventón hacia Quito nos desvío del destino que llevábamos a Tumbaco y a cambio nos regalo la maravillosa experiencia de vivir en un barrio de la capital de Ecuador integrados a la familia de Miriam y Luis… en esos vínculos que duran instantes y son para siempre, con las piernas exhaustas de la subida y el alma henchida de alegría.



La recorrida por esta capital  nos sorprende en el silencio de semejante ciudad, en el paisaje de pequeños bosques enlazados a los grupos de edificios y los desniveles de la topografía interviniendo en el diseño de una gran ciudad diferente.
Y así una vez, caminando por las calles de Quito DE PRONTO escuchamos alguien que tocaba música de Calamaro y allí nos sentamos en la vereda a deleitar toda una tarde de lunes cualquiera en el gozo sencillo de los grandes placeres…
Conocimos a Guada y Jero, un dúo de ciclo-viajeros cordobeses con quienes aventuramos un tour por la ciudad en patota ciclística y nos complotamos en la  intención de reunirnos mas adelante a compartir caminos colombianos.



Partimos de Quito cuando las señales así lo indicaban, con la sensación de grata sorpresa aun latente que  deja esta gran urbe y el rumbo obstinado hacia la línea del Ecuador en  una bajada histórica para el velocímetro, a 75 km por hora que desemboco en una interminable trepada hacia el hito de la mitad del mundo, las fotos típicas y los bizcochos de Cayambe  (mmmmm deliciosos) completaron ese tramo






Otavalo, gente de austeras trenzas renegridas y riguroso azul en sus atuendos, calzado sin diferenciación de sexo y el musical idioma quechua dominando otra vez las charlas, esta etnia orgullosa de su historia nos instala mil preguntas que estampamos a todos los que nos habilitan el espacio… es muy llamativo ver toda una población (hombres mujeres y niños) con el mismo pelo largo, muy largo, las mismas sandalias blancas impolutas, las mismas facciones angulosas, la misma tez de ojos renegridos y caras angulosas… y los collares de muchas vueltas toditos en cuentas doradas que en alguna época mostraban el poder económico de quien lo porta, y las pulseras de otras tantas vueltas pero en rojo carmesí en cada brazo, y las polleras uniformadas en azul obedeciendo los mismos dobleces apretadas en una faja bordada con mucho colorido, y … (otra vez el tiempo no es lineal, el pasado se instala en el presente sin ser nunca pasado, “las tradiciones y el respeto laten en cada niño que sale en tropel de la escuela”)
De allí emprendimos camino a las cascadas de Peguche, y de nuevo entramos por la puerta de fábulas a un bosque infinito, de árboles que acarician la panza de las nubes, el agua se encarga del sonido en mantras de relajación, los pájaros son los residentes preferidos del entorno, y las historias afloran de cada rincón casi murmuradas por duendes







Ibarra nos topa nuevamente con esta diversidad tan rica de nuestra América, en tan solo 10 km salimos de toda una zona de perfiles autóctonos con atuendos sin tiempo, tradiciones de otro siglo y largas trenzas mitológicas para sorprendernos con un pueblo afro, lleno de colores, las trenzas se vuelven finitas como cabellos, los ropajes mas adherentes a las figuras mas altas, el volumen de todos los sonidos también se eleva…un arco iris de culturas
La casa ciclista de Natabuela fue nuestra casa por varios días con despedida de asado multitudinario
La boca del volcán Cuicocha tiene una laguna con alto contenido de azufre allá mas cerca de las nubes, y en el medio de ella, 2 pequeñas islas a las que no esta permitida la visita humana …como santuarios de vida de las especies que las habitan … subimos, en una pelea entre la fuerza y el ego, todos esos km y pusimos nuestras carpas ahi en la cima para vivir el espectáculo celeste de una noche a pura estrella


Los últimos km de Ecuador se diluyeron bajo un sol que te desdibuja y un malestar que no se va…


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