La Ruta

lunes, 30 de abril de 2018


Cafayate nos recibió con una tarde soleada, los viñedos y las montañas fueron el marco de entrada hasta el camping, donde junto a Cande y Moja volvimos a desplegar nuestros atuendos de campaña en la tarde cafayatense, merienda mediante y luego una ducha bien caliente que nos relajo, llego la cena hecha al fuego de la parrilla, como merecido premio de la jornada.




Al día siguiente emprendimos diversas actividades, nos fuimos a recorrer la bodega de Quara, allí Agustina, amiga del Aspero, nos recibió y nos trato como si fuéramos invitados especiales y nos permitió degustar sus vinos de alta gama, con un torrontes que fue una delicia.
La tarde transcurrió tranquila y emprendimos búsqueda de nuevo hospedaje que nos llevo a un “hostel camping” céntrico con la novedad traida por Cande y Moja de la presencia de cicloviajeros, en la mañana nos mudamos a esta nueva casa, donde conocimos a Antoine, quien venia bajando desde más al norte, con el cual compartimos un vino y charla sobre la ruta hasta Salta.
Como actividad decidimos ir a conocer San Carlos, nos hablaron de esta ciudad, sitio importante durante la época colonial. A las 2 de la tarde tomamos un bus que nos cargo las bicis, con la sorpresa que se transformo en un transporte de estudiantes secundarios, siendo muy divertido compartir ese bullicio alegre de los adolescentes.
El viaje termino en esta ciudad que nos sorprendió, como bien la definió el dueño del hostel, “una ciudad de eterna siesta” , sus calles anchas y de veredas angostas, con construcciones en adobe de fachadas antiguas, muy antiguas, que hacían sentir la época colonial, desde el municipio y su iglesia de fines del 1700 con interiores obscuros y lúgubres, como así también las casas particulares con sus fachadas, patios, aberturas y los herrajes de antaño. Llamaba la atención los árboles plantados no sobre las veredas sino sobre la calle, pegados al cordón.
El silencio dominaba el ambiente y nos acompaño volviendo por la misma ruta que hicimos con el bus, pero esta vez a vuelta de pedal, saboreando el paisaje nuevamente con montañas y viñedos muy jóvenes y antiguos en esta vuelta a Cafayate.





En la mañana siguiente comenzamos los preparativos para reanudar el camino a Salta, saliendo por la ruta 68 en otro soleado día.
El paisaje se fue desenvolviendo lentamente  para  sorprendernos con “los Colorados” una formación de arenisca tallada por dos grandes escultores que se toman todo el tiempo para sus creaciones, Agua y Viento. Comenzaba aquí un paisaje que prácticamente cambiaba con cada pestañeo, La quebrada de las conchas, una demostración de formas, colores bruñidas por el cincel y los pinceles del tiempo y así aparecieron, las ventanas, el sapo, el monje y muchas otras esculturas atemporales que dejaban sin aliento, y el camino nos siguió llevando atónitos hasta el anfiteatro donde disfrutamos la musicalidad del lugar y de su magnificencia llegando por fin al sitio en el cual  pasaríamos la noche, La garganta del diablo. A pura mística las antiquísimas paredes nos festejaban la compañía en un derroche de sombras y formas…. La algarabía del cielo inmenso se asomaba en plena puja de protagonismo con la inmensidad de la roca, y aquella ocarina sonaba a lo lejos acercándose solo en los  ratos que el viento colaboraba premiándonos. Transitamos la noche que nos deleito con su luna llena, para nuestro regocijo, disfrutando de este sitio monumental con distintos intensidades de luz y  con Selene en toda su plenitud.
Un fogón nos acompaño hasta que llego el sueño.










Salimos de allí siguiendo la ruta y llegamos a Alemania, un pueblito que se redujo a su mínima expresión desde que el tren dejo de pasar por allí por la década del 90, sus vías tomadas por añosos árboles y un puente ferroviario que hoy conduce a la nada. Una calle principal con casas en silencio nos llevo a la salida del pueblo. La ruta fue amable y nos condujo a La Viña donde hicimos noche.





Al despuntar el día y luego de un buen desayuno continuamos el camino que a vueltas de pedal nos llevo al pueblo de la merced al que arribamos en la festividad de semana santa acampando los 4 en una iglesia que nos permitió pasar la noche.
Iniciamos este ultimo tramo de ruta que nos llevo a Salta donde dispusimos disfrutar un par de días.





martes, 24 de abril de 2018

Caminata Tilcara - Punta Corral - Maimara


Con ese tilcareño sol de viernes brillando sobre todos los colores de los cerros, en la transparencia perfumada de este amanecer neblinoso que se fue diluyendo en polvo y piedras, nos vestimos de cebolla y salimos con las sonrisas como estandarte a hacer fotosíntesis de paisajes sin camino, de direcciones sin registros, de huellas como ríos de piedra o ríos de piedra como huellas, bajo ese azul irreal e infinito cubriendo la cúpula, de cara o espaldas al sol durante todo su giro por este lado del globo; con Ines y Juli completando el cuarteto de ascenso lento, solo musicalizado por las expresiones de asombro en el idílico plan de llegar casi al cielo, cerquita de Abra corral…
En plena amalgama grupal, ya en las afueras de Tilcara, se unieron al grupo 2 expertos guías de montaña cuadrúpedos de caracteres dispares… un eufórico y ansioso joven que no disimulaba su interés en apurarnos el andar, “Batata”, y Oscar W., que enseguida nos dejo boquiabiertos ante sus demostraciones cursis, se mostró todo un (poeta) sensible  y romántico de modos afectados inusuales para un can… y nos fascino!




El ascenso se inicio duro, acompañado de los colores de los cerros, con curvas que dejaban atónitos ante el cambio del paisaje y sus colores y aromas, y eso fue lo cotidiano durante las primeras siete horas de andar. La sola variación de la luz del sol nos pintaba en destellos nuevos escenarios.
Perplejos, ante la presencia de construcciones en medio de esta nada tan habitada, que mostraban parte de la cotidianeidad de la zona, las piedras simulando madera nos mostraron vestigios de antiquísimas plantas, y con la imaginación lanzada giramos en pleno rol de Indiana Jones en búsqueda de mas y mas.












La aridez extrema cambia bruscamente ante la presencia de apenas algún hilo de agua que brota de no se sabe bien donde, generando una explosión de vida verde, que a los 3700 msnm nos sorprende hasta con ÁRBOLES!!!! Y ahí cerquita, en apenas unos metros mas, el terreno yermo vuelve a ser lo cotidiano, exhibiendo otras múltiples expresiones de vida: plantas que parecen musgo (pero áspero) espinas que se multiplican en todas sus ostentaciones, hojas rígidas de bordes filosos, cactus en toda la diversidad de presentaciones que podamos pensar, flores de papel que brotan de arbustos, otras flores camufladas de langostinos, y muchas mas… y todo ahí bajito, como si nada se atreviera a superar los 30 cm, puesto que ya ni los cardones se animan a esa distancia del nivel del mar… y cuando uno deja de mirar y empieza a ver, aparece la vida animal … serpientes, lagartijas, pájaros, escarabajos, hormigas, y hasta el soberano vuelo del cóndor.
   















En este diáfano espectáculo andante, llegamos a los 3860 msnm, a una meseta irreal en el techo de los cordones montañosos, (cual si aterrizásemos de repente en algún planeta cualquiera),  que nos amplio el horizonte en muchos grados… alli descubrimos las nubes, mas abajo que nuestras pisadas, contenidas en amenazante avalancha atrincheradas tras esos pequeñísimos picos que se asoman a la altura… y cuando toda esa quietud  impresa de movimiento se esparce en fuga hacia nuestras retinas, nos re-descubrimos en cada costosa inspiración, en una planicie salpicada de grandes rocas redondas cual pelotas,  como esparcidas por una maquina enloquecida en todo el terreno.












Caminamos cerquita del cielo por mucho rato, ya finalizado el recorrido que nos respaldo el GPS, siempre recto sobre el tímido senderito de piedras y después de 8 horas sin señales ni “avistaje” de humanos y ya sin referencias textuales de ningún tipo… a pura confianza en encontrar el destino, y si… vislumbramos el inicio de la bajada… una Z perpetuada en la ladera como trazada por un “Zorro” muy ególatra, y allá lejos en el fondo… el poblado!








Luego  el ballet estable de cóndores de bienvenida al crepúsculo, nos giro mas y mas cerca, ocasionando ráfagas de disparos fotográficos (todo siempre musicalizado por exclamaciones, claro) en una algarabía que pudo pasar a segundo plano por un largo rato los pies cansados de pisar terreno movedizo, las rodillas ardientes de tanto soportar el peso del descenso y la proximidad del ocaso que nos dejaría expuestos al frío en esa distancia tan incierta.






Nuestros pies acompañaron a la tierra en pasos inestables por varias horas de reloj con el caserio tan cercano como distante, allá debajo esperándonos a que terminemos de zigzaguear… nos fuimos callando para reservar energías, sacamos linternas para reemplazar el sol, mientras Maimara allí debajo se encendía en una huerta  de foquitos que trazaban líneas imaginarias que alinean el transcurrir de la vida de tantos… y de a poco cada uno entablo su lucha interna para mantener la marcha cada vez mas lenta, vibrando en un humor positivo y al fin… tras 11 horas de caminata casi ininterrumpida alcanzamos la paradoja de asomarnos en plena noche por las espaldas de la Paleta del Pintor.