La Ruta

sábado, 23 de marzo de 2019

Puerto Cayo


 Llegar a puerto cayo significo un reencuentro con los afectos que inicialmente nos acompañaron en los albores de nuestro viaje, allá en argentina,  fue la reunión de la familia viajera en la plenitud de cada momento vivido
Esa promesa de  encuentro con los chicos empujo cada pedaleo en todo el norte de Perú.. sumando a Santi a este sentir de un domingo en familia a repetir en cada jornada.









Disfrutamos  puerto cayo en un tiempo no cronológico, a pura risa con pinceladas de playa, en un hogar bien confortable que nos tenían preparado Cande y Moja para vivenciar el sueño de la casa en la playa con ocasos de postal a diario y arenas infinitas en comodato de exclusividad, jugando con ballenas mientras adivinamos el destino de las brigadas de pelícanos presurosos que cada jornada se dirigen al sur en formación impecable…





El morar a las afueras de este pequeñísimo pueblo casi sin comercios, que late en los rituales del mar y la pesca como motor de la vida, nos dejo jugar a ser artesanos, mientras a hermanis Santi lo galardonaban por su arte de esculpir arena, y así poco a poco nos hicimos parte de esa cotidianidad tan mansa amalgamando la fraternidad del grupo de jinetes a pedal… bailamos en la calle, expusimos en las ferias, participamos de la pesca, hicimos karaoke, nos animamos a la cocina autóctona y obvio, nos invitaron al casamiento del momento









Nuestros anfitriones Ron y Janet fueron el ejemplo de esa vida sin tiempos que tanto idealizamos, el mensaje persistente y silencioso. Ellos nos tranquilizaron cuando el suelo se puso rebelde en aquellos días de temblores repetidos, que despertaban un mar embravecido y las alertas de tsunami en simulacros constantes.
Festejamos el cumple sorpresa del Doc en estos pagos, los 5 alrededor de la mesa y cerquita de un fuego, a orillas de esa piscina con palmeras que le daba el toque exótico al asado tan ansiado.



Luego calentamos los motores para la partida en una excursión a Jipijapa a casa de Hugo, a las cascadas de agua fresca, llenas de ardillas, pájaros y frutas para cosechar, y poco mas adelante, un día partimos a colonizar otros calores con nuestros corceles de aluminio, en la valentía de seguir agradeciendo cada despertar y las oportunidades que aun no acaban.













PD: Los extrañamos siempre, niños… gracias gracias.











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