Después de incontables km y varios meses balconeando el océano
pacifico sobre suaves ondulaciones del terreno, que nos acunaban desde el sur
de Perú, cambiamos nuestro norte hacia la cordillera nuevamente y dejamos
Puerto Cayo en la representación de esa zona de confort que nos mimo durante mas
de un mes… plenos de emociones lindas y maravillados de la cotidianidad de
privilegios, en el esperado estreno de un viaje de familia numerosa.
El calor nos acompaño varios días en ese transitar ascendente de
rutas en contoneantes curvas, y los verdes fueron alcanzando alturas
imponentes. Siempre la vegetación nos sorprende en esa repetida novedad que
atrapa los sentidos, empezaron a dominar la escena unos árboles con piel de elefante, parecidos a gigantes
palos borrachos que propusieron muchas horas de pedaleo encontrando formas en
su textura, y luego las plantaciones de arroz otra vez, con maquinarias de
trabajo mas diversas y siempre en ese verdor fosforescente que brilla sobre el colchón
de agua donde posa sus raíces, el arroz que desde hace meses participa en todos
los platos de los pueblos que recorrimos como integrante imprescindible, como
si oriente hubiese extendido sus costumbres a este lado
Conocimos una plantación de pitahaya, con sus formas similares a
nada, que luego se sucedió en muchas mas… en algún otro momento nos dejamos conducir por el olor hasta
una piladora de maní y observamos el proceso de tostado y elaboración de esa
pasta riquísima que recubre nuestros panes en cada desayuno y así andamos,
dando “play”a cada rato sin que eso pase desapercibido, haciéndolo consciente…
empezamos la ruta cada día en la total novedad de los paisajes siguientes, en
la plena alegría de la tácita aventura
Salimos en quinteto gozando la multiplicación de euforias a vivir
en movimiento y sin quitar lo mágico de
iniciar el camino cada día, sedientos de recomenzar la aventura, empapándonos
de humanidad
Llegamos a La Crespa en una trepada que nos dejo sin aliento en
uso completo de piernas y brazos para empujar la cleta hacia ese final lejano
de la rampa, pasamos luego por Quiñones
y toda esa comunidad movilizada para hospedarnos nos remarco el regalo
de transitar esta Sudamérica tan humana, en Zapallo nos acercaron un banquete
de comida en un parador de descanso, en Sandia
compartimos la siesta pelando choclos con las mamitas del lugar y se
siguieron sucediendo los poblados con nombres comestibles (Papaya, Maicito;
Papayita, etc) enredados en los juegos y las risas maquillados de la
impresionante vegetación tan cambiante de cualquier curva.
En Santo Domingo nuestra familia se separo por un rato, en la
plena aceptación de que así fluyen los momentos, y volvimos a ser tres hasta
Quito quizás… y la pucha que se sintió la ausencia de Cande y Mojarra en cada kilómetro, pero nunca nos
dejaron claro, ya 3 no es
multitud
Introspectivos pedaleamos hasta la puerta de esa inclinación
insolente de la ruta que nos convenció a pedir ayuda y zas!! El aventón hacia Quito
nos desvío del destino que llevábamos a Tumbaco y a cambio nos regalo la
maravillosa experiencia de vivir en un barrio de la capital de Ecuador integrados
a la familia de Miriam y Luis… en esos vínculos que duran instantes y son para
siempre, con las piernas exhaustas de la subida y el alma henchida de alegría.
La recorrida por esta capital nos sorprende en el silencio de semejante
ciudad, en el paisaje de pequeños bosques enlazados a los grupos de edificios y
los desniveles de la topografía interviniendo en el diseño de una gran ciudad
diferente.
Y así una vez, caminando por las calles de Quito DE PRONTO
escuchamos alguien que tocaba música de Calamaro y allí nos sentamos en la
vereda a deleitar toda una tarde de lunes cualquiera en el gozo sencillo de los
grandes placeres…
Conocimos a Guada y Jero, un dúo de ciclo-viajeros cordobeses con
quienes aventuramos un tour por la ciudad en patota ciclística y nos complotamos
en la intención de reunirnos mas
adelante a compartir caminos colombianos.
Partimos de Quito cuando las señales así lo indicaban, con la
sensación de grata sorpresa aun latente que
deja esta gran urbe y el rumbo obstinado hacia la línea del Ecuador en una bajada histórica para el velocímetro, a
75 km por hora que desemboco en una interminable trepada hacia el hito de la
mitad del mundo, las fotos típicas y los bizcochos de Cayambe (mmmmm deliciosos) completaron ese tramo
Otavalo, gente de austeras trenzas renegridas y riguroso azul en
sus atuendos, calzado sin diferenciación de sexo y el musical idioma quechua
dominando otra vez las charlas, esta etnia orgullosa de su historia nos instala
mil preguntas que estampamos a todos los que nos habilitan el espacio… es muy
llamativo ver toda una población (hombres mujeres y niños) con el mismo pelo
largo, muy largo, las mismas sandalias blancas impolutas, las mismas facciones
angulosas, la misma tez de ojos renegridos y caras angulosas… y los collares de
muchas vueltas toditos en cuentas doradas que en alguna época mostraban el
poder económico de quien lo porta, y las pulseras de otras tantas vueltas pero
en rojo carmesí en cada brazo, y las polleras uniformadas en azul obedeciendo
los mismos dobleces apretadas en una faja bordada con mucho colorido, y … (otra
vez el tiempo no es lineal, el pasado se instala en el presente sin ser nunca
pasado, “las tradiciones y el respeto laten en cada niño que sale en tropel de
la escuela”)
De allí emprendimos camino a las cascadas de Peguche, y de nuevo
entramos por la puerta de fábulas a un bosque infinito, de árboles que
acarician la panza de las nubes, el agua se encarga del sonido en mantras de
relajación, los pájaros son los residentes preferidos del entorno, y las
historias afloran de cada rincón casi murmuradas por duendes
Ibarra nos topa nuevamente con esta diversidad tan rica de nuestra
América, en tan solo 10 km salimos de toda una zona de perfiles autóctonos con
atuendos sin tiempo, tradiciones de otro siglo y largas trenzas mitológicas
para sorprendernos con un pueblo afro, lleno de colores, las trenzas se vuelven
finitas como cabellos, los ropajes mas adherentes a las figuras mas altas, el
volumen de todos los sonidos también se eleva…un arco iris de culturas
La casa ciclista de Natabuela fue nuestra casa por varios días con
despedida de asado multitudinario
La boca del volcán Cuicocha tiene una laguna con alto contenido de
azufre allá mas cerca de las nubes, y en el medio de ella, 2 pequeñas islas a
las que no esta permitida la visita humana …como santuarios de vida de las
especies que las habitan … subimos, en una pelea entre la fuerza y el ego,
todos esos km y pusimos nuestras carpas ahi en la cima para vivir el espectáculo
celeste de una noche a pura estrella
Los últimos km de Ecuador se diluyeron bajo un sol que te desdibuja y un malestar
que no se va…