Llegar a puerto cayo significo un reencuentro
con los afectos que inicialmente nos acompañaron en los albores de nuestro
viaje, allá en argentina, fue la reunión
de la familia viajera en la plenitud de cada momento vivido
Esa promesa de encuentro
con los chicos empujo cada pedaleo en todo el norte de Perú.. sumando a Santi a
este sentir de un domingo en familia a repetir en cada jornada.
Disfrutamos puerto cayo en
un tiempo no cronológico, a pura risa con pinceladas de playa, en un hogar bien
confortable que nos tenían preparado Cande y Moja para vivenciar el sueño de la
casa en la playa con ocasos de postal a diario y arenas infinitas en comodato
de exclusividad, jugando con ballenas mientras adivinamos el destino de las
brigadas de pelícanos presurosos que cada jornada se dirigen al sur en
formación impecable…
El morar a las afueras de este pequeñísimo pueblo casi sin
comercios, que late en los rituales del mar y la pesca como motor de la vida,
nos dejo jugar a ser artesanos, mientras a hermanis Santi lo galardonaban por
su arte de esculpir arena, y así poco a poco nos hicimos parte de esa
cotidianidad tan mansa amalgamando la fraternidad del grupo de jinetes a
pedal… bailamos en la calle, expusimos en las ferias, participamos de la pesca,
hicimos karaoke, nos animamos a la cocina autóctona y obvio, nos invitaron al
casamiento del momento
Nuestros anfitriones Ron y Janet fueron el ejemplo de esa vida sin
tiempos que tanto idealizamos, el mensaje persistente y silencioso. Ellos nos
tranquilizaron cuando el suelo se puso rebelde en aquellos días de temblores
repetidos, que despertaban un mar embravecido y las alertas de tsunami en
simulacros constantes.
Festejamos el cumple sorpresa del Doc en estos pagos, los 5 alrededor
de la mesa y cerquita de un fuego, a orillas de esa piscina con palmeras que le
daba el toque exótico al asado tan ansiado.
Luego calentamos los motores para la partida en una excursión a Jipijapa
a casa de Hugo, a las cascadas de agua fresca, llenas de ardillas, pájaros y
frutas para cosechar, y poco mas adelante, un día partimos a colonizar otros
calores con nuestros corceles de aluminio, en la valentía de seguir
agradeciendo cada despertar y las oportunidades que aun no acaban.
PD: Los extrañamos siempre, niños… gracias gracias.